Para arribar a ese ideal religioso, ¡qué base práctica podemos comenzar a cimentar?
La de humanizar la enseñanza colectiva transformando la escuela actual, ilógica, antihumana, en hogar de niños protegiéndose y amándose mutuamente.
La escuela, así, será escuela humana y no fosilización de prejuicios sociales, religioses y científicos.
El elemento moralizador por excelencia, que imprimirá un empuje ascendente a la evolución humana, será la coeducación sexual.
Esa recuentación constante, fraternal, familiar, infantil, dará al conjunto de las costumbres una serenidad particular y, lejos de constituir un peligro, se convertirá en garantía de preservación. Solamente por un poderoso concurso de medios concertados en vista de la felicidad presente del niño y del destino futuro del hombre, podremos luchar contra herencias, contra la influencia corruptora del medio; podremos reconstruir, por decirlo así, la generación llevándola a su origen para formar una mayoría de seres sanos, bien organizados, inteligentes; seres nuevos para la nueva vida, capaces de concebir y de realizar grandes ideales; seres dignos de conquistar la salud exterior y la paz interior.
De estas premisas deriva la respuesta al primer interrogante planteado por la condesa de Pardo Bazán: Surgirá de la instrucción sexual una repugnancia invencible hacia el matrimonio?
Sí, mientras se dé tan sólo instrucción y no educación e instrucción sexual.
Pero nuestra futura humanidad ideal, educada en el respeto religioso hacia la transmisión de la vida, irá al matrimonio como al único altar digno de ella, cuando se sepa, teórica y prácticamente, capaz de superarse a sí misma al crear.