EL CRISTO DE RENCA
TRADICIÓN PUNTANA
La noche cerraba aún.
Con paso seguro, la filosa hacha al hombro, un anciano avanzaba por entre el espeso monte de talas, algarrobos y atamisquis que bordea el puntano case río de Renca..
Leñador desde la infancia, la ceguera repentina que obscureció su vida en plena juventud, no le privó la práctica rutinaria del oficio.
El bosque y él eran hermanos: Huérfano, su solitario vegetar arraigó entre esos árboles que le hablaron de belleza, de bondad, de plenitud, de protección, de voluntad de vivir.
¡Cómo se defendían! ¡Y qué ejemplo de valiente adaptación recibía la vida del mísero, herida al comenzar! Las laderas de las sierras requemadas y sedientas perdían el escaso verdor; la flor de seda, el ojito de gringo, la jarilla, el poleo morían. Tan sólo la hierba de la piedra, el rotortuño y las tunas vestían las peñas mientras que en los huecos se refugiaban mimosos los helechos y claveles del aire.
Pero el monte de Renca, su monte amado, seguía verdeando. Las raíces hendían poderosas la