No me explicaré nunca por qué contradicción ilógica suspendí la soñada vía y, como huyendo de placer demasiado intenso, tomé el vehículo que al Cairo regresaba por riel paralelo. Creo que temí, vaga, inconscientemente, no tener fuerzas para recibir más emociones esa mañana ; qué deseé volver a encontrarme entre seres de mi época y de mi realidad vivida que me sacaran de esa ilusoria e hipnotizante realidad actual, de belleza enervante, de evocación poderosamente sugestiva y dominadora y me sustrajese a esa deleitosa, fortísima sensación de revíviscencia de un pasado milenario que anonada al infiltrar su verdad, su belleza, su eternidad.
Y regresé, como en sueños, embargada por la sagrada emoción de haber visto el Nilo, de haber visto las pirámides. Y la rumorosa y abigarrada ciudad meció con su vaivén de exótica vida la plenitud de ese gozar mío tan intenso que casi me hacía sufrir.
A la semana de mi llegada al Cairo, me embarqué en el "Ramses, Nilo arriba. Posee, el rey de los ríos, buques de recreo lujosos y cómodos. Con capacidad para 80 pasajeros, con tres puentes de paseo; la parte central abierta de babor a estribor, lo que permite dominar a la vez ambas orillas del Nilo; alhajados, puentes, salones y galerías, con cómodos sitiales de las más variadas formas, provistos de almohadones de todos tamaños imaginables; la proa, convertida en espacioso y confortable salón de cristal, abriga del frío en las crudas noches egipcias y permite admirar, como suspendida el ánima en sueños agradables, el cambiante, féerico panorama.
En tales buques el turismo es un placer: Cómodas cabinas, la mayoría para una persona; espaciosos comedores en los que el paisaje forma marco constantemente renovado; lujosos salones, bibliotecas apropiadas, baños en todos los puentes, servicio ideal por lo mudo y habituado a adivinar el pensamiento, co-