en absoluto. Roberto se bastaba a sí mismo intelectualmente, y vivía gustoso elaborando abstracciones.
Para la inteligencia mediana, para la voluntad enérgica de la madre, la vida se precisaba en formas concretas y simples: creyente fervorosa, si piensa en la religión ve "su" iglesia parroquial, el confesonario, el altar ante el cual comulga, los sacerdotes que conoce, el catecismo en que aprendió la doctrina. Admiradora apasionada de su marido, si piensa en él no ve más que la actividad positiva de su vida, los beneficios que le reporta, los honores, el cargo importante que desempeña.
El divorcio se acentuó insensiblemente entre esta inteligencia concreta, sensible, utilitaria, que para desarrollarse se exteriorizaba, y la poderosa abstracción de Roberto, tanto más potente cuanto más concentrada.
Un día, orando hincado al lado de la madre, Roberto se sorprendió a sí mismo preguntándole: "¿Por qué papá no oye misa con nosotros?" Y ante la respuesta: "Los niños no deben preguntar el por qué los padres hacen tal cosa', se rebeló abiertamente su inteligencia habituada a preguntar a todo lo que veía el porqué de su existencia. Reflexionando, se contestó a sí mismo que su padre, ser superior, inteligencia reconocida por todos, estaba exento, por su misma superioridad de ciertos deberes ineludibles para los demás.
Anotemos la germinación de esta idea unida al culto inconsciente de la superioridad intelectual.
La muerte del padre cierra en Roberto la exteriorización de toda afectividad. Como todos los queviven con preferencia una vida interna tuvo el pudor de sus sentimientos: se concentró para sufrir mejor.
La madre, ante esa vida de 11 años que seguía desarrollándose aislada, silenciosa, reconcentrada, sin