dolor aparente, creyó que el hijo no había amado jamás al padre. Y un día Roberto oyó de labios de su madre algo que separó definitivamente esas dos almas:
"Sospecho que mi hijo no tiene corazón; desde el día que murió su padre, ni lo nombra siquiera". Ofendido ante esta duda, el niño ocultó con mayor empeño sus sentimientos, se recreó cada vez más en sus ideas, sintiendo acrecentarse así su yo interno.
Pero en sus relaciones con los demás disimuló, fué hipócrita, obligado por la necesidad en un principio, consciente y gustosamente después. Constituyóse a sí mismo en motivo de estudio; simulaba para gustar morboso placer: inventaba detalles, desfiguraba hechos, sostenía opiniones que sabía falsas, nada más que por ver actuar al otro".
66 66 Su yo subjetivo insinuaba al yo objetivo lo que debía decir, lo dirigía, preparaba la escena, gozaba del triunfo, luego, aislándose, se estudiaba a sí mismo". Comparándose con los demás, clasificábase de "ser superior", porque penetraba las intenciones y las ideas de los otros, mientras su yo verdadero quedaba fuera del alcance de toda tentativa de estudio.
La lectura, pasión precoz en Roberto, familiarizándolo con Shakespeare y con Scott, desarrolló su romántico, por los placeres imaginativos y abrió ancho horizonte a su subjetividad, confinándolo en un mundo fantásticoamor por Un día su madre lo sorprendió leyendo a "Ivanhoe'; con el pretexto de "que esas no eran cosas propias de su edad", suprimió las lecturas, contribuyendo así a acentuar el aislamiento intelectual de su hijo.
Su afectividad acentuada estalló en una crisis de misticismo. No sentía en la religión más que esa poesía del misterio que le cautivó desde niño, fundiendo su alma con el alma de las cosas. El ideal re-