nocido. Está reservado al psicólogo el deducir, por medio de sondajes, la base común que hace de esas islas las cumbres visibles de una invisible cordillera inmóvil bajo la inmensidad movible de las aguas".
Roberto, intelectualizándose cada vez más, condensó estas teorías en una ética en concordancia con su personalidad. Todas sus punzantes dudas se calmaron. Su escepticismo absoluto era legítimo, puesto que Alejandro Sixto demostraba que toda hipótesis sobre una "causa primera" es un contrasentido, y que la idea de la existencia de esa causa primera es un absurdo, consecuencia de nuestra limitada razón; "que el universo expande sin comienzo y sin fin el flujo inextinguible de sus fenómenos".
Como consecuencia de todo ello, "la viril felicidad de la negación libertadora exaltaba en Roberto su orgullo intelectual. Un día, en el aniversario de la muerte de su padre, negóse a comulgar: "Déjame, madre. No creo ya";—y la madre execró desde ese día un nombre y un libro: a Alejandro Sixto y "La Psicología de Dios", libro fatal, abierto ante Roberto cuando confesó a su madre que no creía ya.
Nihilista intelectual declarado, para Roberto la inmoralidad no existía; la moralidad era un mito. El bien y el mal, la belleza y la fealdad, el vicio y la virtud, no eran más que objeto de simple curiosidad intelectual.
Tal como Bourget lo presenta, en sus primeros pasos, el rasgo más característico de este joven desequilibrado, es su exagerado intelectualismo y su ausencia de verdadera vida afectiva. Podríamos decir mejor: todos sus sentimientos y pasiones parecen concentrarse en torno de la exaltación de su egotismo, constituyendo el principio de un verdadero de lirio de grandezas de orden intelectual, complicado con la obsesión del análisis de la propia inteligencia.