Llevado a tan terribles extremos, una lógica terrible le condena a ver apagarse sus sentimientos altruistas y sociales, por incapacidad de comprender las teorías del metafísico que tomara por maestro, y por su falta de ponderación para distinguir, como hizo Kant, entre la verdad lógica de la razón pura y los postulados necesarios de la razón práctica. Sus pensamientos ajenos a la naturaleza y a la vida le condenaban, desde ya, a no comprender nunca la necesidad de entregarse ingenuamente a vivir, amando las cosas y los hombres, como son, sencillos, sin más complicaciones que las creadas por la imaginación del hombre mismo.
36 Roberto dedicóse a adorar su yo. Convirtióse en un epicureo intelectual. Religión, humanidad, ideales, sentimientos ajenos, no eran más que un pretexto para aplacar su insaciable sed de sensaciones nuevas. El culto del yo, convertido en idea fija, es un síntoma de locura. El auto—análisis es el más peligroso de los estudios, cuando no considera el yo sino en sí mismo y para sí, aislándolo de la corriente de la vida universal, olvidando que es ley fundamental de la existencia el intercambio, la irradiación de la vida.
El auto—análisis es, en cambio, fecundo cuando nos estudia, no sólo para conocernos y amarnos, sino también para conocer y amar a los demás. Ante el movimiento perpet de nuestro mecanismo interior, busquemos la cadena sin fin que lo liga a los engranajes de la sociedad y del universo. No olvidemos que la vitalidad, cuanto más intensa, es tanto más expansiva, tanto más consciente, más feliz, más fecunda y más duradera.
El auto—análisis morboso, ese disolvente de la personalidad, se exterioriza por la abulia. La acción sana es la coordinación del espíritu hacia un objetivo, es el equilibrio momentáneo del organismo que oscila