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Raquel Camaña

yo interno experimentaba indefinible sensación de automatismo lúcido, de soñar despierto.

Y, con serenidad absoluta, Roberto escribía a Carlota, a Alejandro Sixto, y a su madre, despidiéndose.

Esa noche, cuando iba a consumar su suicidic, Carlota se le aparece. Viéndola llena de juventud y de pureza, decidida a morir con el amado, el vértigo del deseo se apoderó de Roberto: había, implícita, una condición de honor: el suicidio. Carlota venía a morir con él, no a vivir con él.

Al día siguiente Carlota se despertó sobresaltada: "Qué horrible pesadilla. Soñé que mi hermano Andrés (s perseguía, Roberto". La imagen de ese hermano, tan acerbadamente odiado, interpuesta cuando la posesión había matado en Roberto el ser pasional, hizo surgir de nuevo en el Discípulo el proyecto de vivisección. Huirían juntos serían felices y, humillándolo, demostraría al Conde Andrés su superioridad. Y se mostró por entero ante Carlota. Ese ser cobarde y vil, que temía la muerte, que no cumplía lo prometido, no era el Roberto que ella imaginara.

Y el amor de Carlota tornóse en odio, cumpliéndose así la ley psicológica que enseña que odio y amor son una misma cristalización de sentimientoscon valor negativo el primero, con valor positivo el segundo.

A partir de este momento psicológico, Bourget no se preocupa más que en desenredar la madeja de sentimientos encontrados, en hallar un final rápido y efectista. Así, por ejemplo, es inexplicable la demora de Carlota en realizar su proyectado suicidio, si no buscamos la causa en dar tiempo a que regrese el conde Andrés y castigue al Discípulo. Es inexpli-