De ahí que el verdadero ideal, generado y nutrido por lo real, por la verdad humana, sea eternamente uno y vario, a imagen y semejanza del hombre que lo sintetizó.
Entre el ideal humano y la realidad no pueden jamás originarse inharmonías: ante el recuerdo la fría razón llegará a despojar a cada acto de la belleza con que el instinto de conservación lo vistió, pero no dejará de reconocer que esa atrayente apariencia despertó deseos, domeñó apetitos, avivó energías, templó voluntades y orientó el todo hacia la conquista del ideal, que no es más que la realización imaginativa del superhombre, la visión profética del devenir humano.
Y como la idea es fuerza que tiende, en lo posible, a realizarse, el hombre actual, al concebirse mejoradono hace más que ensayar su energía para que realice, al objetivarse en acción, el tipo creado subjetivamente en ideal.
Así, con libertad relativa, coopera en la evolución la energía consciente del hombre: producto de lo ancestral, del medio y de la educación, pero el producto de conciencia más evolucionada, al elevar subjetivamente el tipo humano por medio del ideal, encauza la energía interna y facilita la posible objetivación de esa energía.
Lo ideal es a la evolución lo que la imaginación ereadora al artista: muéstrale la inspiración, en el miraje, la obra futura y la sola concepción de la belleza lo impele a realizarla.
El ideal sano, hijo de la realidad, es el incentivo que lleva al progreso; es el alimento de los fuertes luchadores.
No así la mentira vital, ilusión falaz que sostiene artificialmente a los débiles y cuya brusca ruptura de equilibrio con la realidad desorbita para siempre sus vidas.