un espíritu infernal: El demonio suele revestirse con la forma de lo que nos es más querido.
La certeza del crimen arma su brazo contra el fratricida. La idea religiosa hace caer la espada de la mano: la venganza debe perseguir en esta vida y en la otra... El rey ruega en ese instante, ¿y él lo matará Ese asesino lo privó del padre, sorprendiéndolo con el alma cubierta de tantos pecados como Marzo de flores". Y ahora que la oración limpia su alma preparándola a bien morir, él, el hijo, enviará al cielo al fratricida? "¡Oh, no! Vuelve a tu vaina, espada vengadora, espera el momento horrible en que esa alma sea presa de la cólera, esté envilecida por la embriaguez o por el juego, o enlodada entre los placeres de un cho incestuoso: Hiérela cuando la veas tan negra como el infierno que será su eterna morada".
66 No hay ejemplo más atroz. Cuán potente es el esfuerzo inhibidor de esa voluntad que pudiendo cobrar en el acto una deuda de sangre y de odio 'envevenó a mi padre, mancilló a mi madre, se deslizó como serpiente hasta el trono, usurpándomelo, y luego ha atentado cobardemente contra mi vida" la aplaza hasta que el castigo pueda ser humano y divino a un tiempo.
Laerte, cuyo padre fué muerto por Hamlet al confundirlo con el rey, clama también venganza arrojando lejos de sí todo juramento de obediencia o de fidelidad terrenal; condenando a que perezcan en los abismos de la conciencia la gracia y la salvación; desafiando el infierno y sus tormentos; renunciando a toda recompensa en este mundo y en el otro, en lo presente y en lo futuro.
Pero trátase aquí de un juramento, no de un hecho; de "palabras, palabras, palabras" como diría el príncipe.
Criminalmente invitado Hamlet a medirse en des-