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No esperes, al llegar, que yo me mueva
De la glorieta que nos finge cueva.


Me lo suele impedir el corazón
Que a tus pasos se pone en desazón.


Mi corazón está tan castigado
Que como un vaso morirá trizado.


Si un día entre tus brazos se me aquieta,
Tú, que tienes instinto de poeta,


Ponme sobre las sienes muchas rosas
Con tus manos delgadas y nerviosas.


Las sentiré caer como un suspiro
Desde el silencio azul de mi retiro.


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