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¡Dios! digo con un grito que me asusta a mí misma:
En tus ojos que se abren mi pupila se abisma
Y te pones tan blanco que pareces de cera.
El alma, el alma, el alma... Dámela, así muriera!


Te aguzas de improviso como si un gran milagro
Te sacudiera el cuerpo mezquinamente magro,
Como si te tornaras de materia impalpable;
Una materia nueva, sagrada, invulnerable.


¡Oh, el milagro del alma! Por tus ojos se asoma:
¿Negra como los cuervos? ¿Blanca como paloma?
¿Roja como una dalia? ¿Como el mar azulada?
No lo sé... yo la veo, la veo y no sé nada.


Me quedo quieta, inmóvil, tiempo que ya no mido...
Tengo dentro del pecho un gran carmen florido
Cuyas raíces sorben, nutridas en las venas,
La sangre roja como licuación de verbenas.


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