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entregue á sus ocupaciones habituales; entre varios otros, recuerdo un pobre músico, que fué preciso meterle varias veces en el baño y soltar sobre su cabeza el chorro de agua fria, para lograr que tocase su instrumento [1].

—¿Y en qué paró ese músico? le preguntó Leuret.

—Bien lo sabeis, paró en prometeros que tocaria, y en que, habiendo salido del baño, cogió el instrumento y tocó la Marsellesa y otras canciones patrióticas, entusiasmándose de tal modo, que no fué preciso rogarle mucho para que repitiese al dia siguiente todos los aires que sabia de memoria, pasó á la sala de música, y al cabo de algunas semanas salió bueno del todo para volver á tocar en su teatro.

—¡Oiga! dijo Pinel, con que os tratan con dulzura, os cuidan perfectamente y os curan, y todavía os quejais si es preciso que se os moleste un poco para daros la salud? Vamos, señores mios, que eso es mucha gana de pedir imposibles; si los médicos debieran reñir con sus enfermos, razon tendrian y sobrada mis dignos compañeros para enfadarse con vosotros; y si vosotros os quejais, ¿qué harán estos pobres que veo tan mal vestidos y sucios? ¿Como es, añadió dirigiéndose á estos últimos, que sois en número tan crecido?

—Porque en muchas casas de locos no se co-

  1. Caso citado en la obra titulada: Tratamiento moral de la locura, por Mr. Leuret.