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él, y á buscar una trulla de gente conocida.

Así dije yo hace algunos años la víspera de Reyes, y no bien hube andado una media hora, encontré lo que deseaba, esto es: treinta ó cuarenta caballos reunidos marchando en la misma direccion que el mio, y montados por personas que yo conocia. Eran las ocho de la noche, la luna muy clara y las masas de neblina parecian á lo lejos grandes lienzos que cubrian la falda de las montañas. Por todo lo dicho habrá comprendido el lector que estaba en el campo, lo que hasta ahora no habia tenido el honor de comunicarle, y que empiezo por el modo de pedir aguinaldo en este, como pudiera hacerlo por el de la capital y pueblos principales de la Isla.

La trulla á que me reuní estaba formada por jóvenes de ambos secsos, con la adicion indispensable de papás, mamas y tias; habia entre las chicas algunas muy bonitas, pero estas llevaban ya su caballero cada una; agreguéme á la masa comun, y empecé á hablar con el buen humor que nunca falta al que tiene delante seis ó siete parejas atortoladas, y otras tantas dispuestas á la broma. En un momento me dijeron á las casas que pensaban ir, y á medias palabras y con siguos sagazmente disimulados, me enteraron de mil curiosos pormenores, que no convenia que comprendiese la parte reposada de la trulla; caminamos un poco sin que nada nuevo sucediese, hasta que llegamos á una casa de madera, construida sobre gruesos estantes, como son todas las de las personas acomodadas, donde se entabló la conversacion siguiente: