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bra, lo principal del pueblo, y hablaban cada noche un par de horas, cuando no venian á impedirlo algun espediente, administracion de sacramentos, asuntos del servicio, enfermo, ó cosa de este jaez, ó cuando la inteligencia cordial de las potencias no estaba interrumpida; cosa no muy difícil, y en ciertas ocasiones muy frecuente.

Casados hacia algunos años con dos hermanas, tenian los compadres su traviesa y robusta prole, que no era numerosa, pues que no pasaban de dos los hijos de cada uno. Acercábanse estos á la edad en que era preciso comenzara su enseñanza, y los padres habian discutido mas de una vez sobre este punto, el unico quizá en que nunca pudieron convenir. Decia el mercader que á los muchachos era preciso hacerles estudiar, y darles una carrera que les pusiera al abrigo de los reveses de la fortuna, tal como la Jurisprudencia ó la Medicina: y pretendia el labrador, que un padre no debia enseñar á su hijo mas de lo que él mismo sabia, porque si con aquellos conocimientos pudo el primero reunir un capital, bastaban al segundo para conservarlo.

En prueba de lo acertado de opiniones tan diversas alegaban cada uno por su parte infinidad de razones, y no siempre lo hicieron con la calma necesaria para no llegar á punto de agriarse y romper una intimidad útil á entrambos. Una noche, en que se reunieron las personas de costumbre en la tienda del mercader, recayó la conversacion sobre una escuela nuevamente abierta en el pueblo; y de aquí tomaron hincapié los compadres para