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será estraño cometa el que hace algunos años salió, siendo todavía muy jóven, del país cuyas costumbres ensaya bosquejar.

Hay ciertos dias, en los cuales las poblaciones mas pacíficas, las ciudades mas bien gobernadas, ricas é industriosas y las aldeas mas pobres, parece que, obedeciendo á un instinto particular, se complacen en salir de las reglas que guardan durante todo el año; dias de bullicio y confusion, que cada país, y aun cada pueblo, tiene segun su índole y el grado de civilizacion en que se encuentra; dias en que el magistrado no es magistrado, porque no ejerce sus funciones; en que el mercader cierra su tienda, y el artesano su taller; dias fecundos en aventuras amorosas, y en que las bellezas mas altivas suelen sonreir al que han hecho suspirar por mucho tiempo; dias de esperanza para los jóvenes, y de recuerdos para los ancianos; dias finalmente en que las mayores estravagancias son admitidas, con tal que vayan autorizadas con el sello de la costumbre.

Los de S. Juan y S. Pedro son en la Capital de Puerto-Rico del número de estos, y una de las cosas con que los habitantes de la Isla los amenizan son las carreras á caballo. Hé aquí lo que sobre ellas dice D. Iñigo Abad en su historia de Puerto-Rico, dada á luz en Madrid en el año 1788.

«Las fiestas principales (dice) las celebran tambien con corridas de caballos, á que son tan propensos como diestros. Nadie pierde esta diversion: hasta las niñas mas tiernas, que no pueden tenerse, las lleva alguno sentadas en el arzon de la si-