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La casualidad nos reunió poco despues de mi llegada á Europa, una emigracion á la isla de Mallorca estrechó nuestras relaciones, y la conformidad en ideas y gustos, con la igualdad de vida y estudios, las han mantenido siempre sin que nada haya bastado á relajarlas.

Paseábamos en una tarde de junio por la muralla de Mar, hermoso paseo de Barcelona, disfrutando del rico y variado conjunto de trajes, y de la infinita diversidad de fisonomías que pasaban sin cesar á nuestra vista; mi amigo hacia las mas graciosas aplicaciones del sistema de Gall, á que es algo aficionado, mezclándolas con ocurrencias menos científicas, pero quizá mas exactas, sobre ciertas caritas, de las que decia que eran como la manzana de la Fábula.

Ocupados en esto, no vimos, hasta que llegó á saludarnos, á un jovencito, de quien el Saint-Remy de Sue pudiera tomar lecciones: su vestido era rico en su calidad, elegante en el corte, y llevado con un garbo muy difícil de pintar: este jóven hacia apenas un año que habia llegado de las Antillas, y ya conocia y saludaba á muchas de las señoras que encontrábamos; referia una anécdota escandalosa de cada una, y en no pocas era él el protagonista; nos encajó una relacion corregida y aumentada de sus conquistas amorosas, y destruyó á su modo algunas reputaciones sin mancha.

Compadecíame yo de tanta necedad, y miraba de reojo al amigo Pepe, que se le hinchaban los carrillos, y tragaba por no soltarlas enormes bo-