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tres ó cuatro dias, y cuando se le acababa el dinero y no tenia que jugar, robaba á algun vecino ó á su mismo padre lo que podia, para seguir en tan perjudicial entretenimiento. Llegó, por fin un dia en que nada quedaba al viejo, y entonces le abandonó, dejándole solo, pues que su hermano habia muerto poco antes; se fue á vivir con uno que no tenia otro oficio que el robo, y cometió en su compañía tantos crímenes, que la justicia le echó mano y fué sentenciado á cuatro años de presidio.

Cumplida la condena, volvió, mas holgazan y mas picaro que antes, á unirse á su compañero y comenzaron de nuevo sus fechorías. Una noche asesinaron, por robarle treinta pesos, á un infeliz que volvia de la Ciudad, donde habia vendido su pequeña cosecha de café; el crimen quedó sin castigo porque nadie supo quien lo cometió.

A los pocos dias se habló de otro robo de mas consideracion, y no pasaron muchos despues de este último, cuando se encontró una mañana en el Barrio de Culebras el cadaver del compañero de Goyo cosido á puñaladas, y no faltó quien dijera que el matador era nuestro mocito de la Jagua, que despues del suceso gastaba y se divertia, sin que ninguno supiera su oficio.

Al cabo de algun tiempo se le acabó el dinero y no sus vicios; salió una noche de una casa de este barrio que pasamos ahora, en la cual habia perdido lo poco que le quedaba, y pensó matar á otro jugador que habia ganado mucho. Para lograr su intento, se colocó en el lugar donde ahora está la