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Pedro, puede ir á su vez y por el tiempo que guste, á disfrutar de los encantos de la campiña, sin mas trabajo que un aviso dado algunos dias antes.

Escusado es decir que el comercio gana, y no poco, con el sostenimiento de esta y otras fiestas que empiezan á decaer; ¿quién es el que viene á una capital á divertirse sin que arregle su equipaje, que en los campos no suele estar siempre á punto de revista? ¿Quién es el que vuelve sin llevar un regalito para el pariente, amigo ó esclavo á quien dejó el cuidado de su casa? ¿Los mismos que reciben á estos forasteros, no tienen precision de ataviarse como ellos, para acompañarles á todas partes? ¿el consumo de la despensa es igual entonces al de los dias ordinarios? respondan á esto el bolsillo de algunos, y las balanzas y la vara de medir de otros.

Finalmente los hacendados que se dedican á la cria caballar, ganan tambien, porque si en la mañana de la víspera de San Pedro no se miran las buenas cualidades de las bestias, no sucede lo mismo por la tarde y al dia siguiente; cuando la concurrencia y rivalidad las ponen todas de manifiesto; y Dios sabe los tratos, ventas, y cambalaches á que esto da lugar; de manera que no sé como empieza á olvidarse una costumbre tan útilmente graciosa, y tan graciosamente útil; mil veces he pensado remitir á mis paisanos una cartita que tengo borroneada, pero no lo he hecho por cortedad. Esta carta la transmito en reserva á los suscritores del Gibaro, y dice lo que sigue : «Queridos paisanos, los