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Ahora que he procurado hacer que conozca, ó recuerde el lector el bando de San Pedro, reflecsionemos algo sobre el mismo; porque, como he dicho al principio, temo que los progresos de la civilizacion, arrebatándonos nuestra sencillez de costumbres, arrastren consigo todas aquellas diversiones que al par que deleitan, tienen el gusto de la originalidad; diversiones que recuerdan nuestra infancia, y que influyen no poco en el carácter de los habitantes de nuestras Antillas.

Últimamente ha venido á reducirse esta costumbre, á carreras sin objeto ni fin alguno, y la clase privilegiada de la sociedad Puerto-riqueña se aparta cada dia mas de ella, considerándola quizás como indigna del buen tono y de la cultura, de que con sobrada razon blasona; pero en mi humilde sentir debieran interesarse en sostenerla, por ser un medio económico é infalible de divertir al pueblo, y de procurar salida á muchas cosas que no la tienen sino en tiempo de tales fiestas.

Aquel regocijo, á que eran llamadas todas las clases, y del que disfrutaban todos, ya como actores, ya como espectadores, se acomoda mucho á los gustos y hábitos del país. La afluencia de gentes de los campos, aumentando las relaciones de estos con la capital, satisfacia ese deseo innato de hospitalidad y franqueza tan conocido en los habitantes de Puerto-Rico. Cada casa de la Ciudad era una posada gratuita; y esto que de pronto parece una carga muy penosa, tiene allí indemnizacion segura; si una familia aloja y obsequia á otra que viene á divertirse con las máscaras de San