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XIV — Juicios críticos.

sombra del amoroso ombú, ó allá en la cresta de una loma. Yo envidio la fortuna con que Vd. embellece tradiciones que se perderían en medio de las perturbaciones de nuestra época, sin el talento y el corazón que les dá vida, y las graba profundamente en la literatura y en la historia.

Buenos Aires, Noviembre 16 de 1878.



I

Señor D. José Hernandez.

Mi amigo: Le prometí á Vd. últimamente manifestarle mis impresiones sobre su «Martin Fierro», y paso á hacerlo.

Está demás anticiparle que yo no puedo, ni debo emitir un juicio crítico acerca de ese libro con que Vd. ha enriquecido nuestra literatura Nacional.

Imagínese Vd. que á cualquiera, á H... á mi, se le ocurriera hacer algunas de esas indicaciones que se suelen dejar caer sobre un autor con todo el peso del sentimiento paternal que las inspira, (el sentimiento paternal (sic) suele traducirse en palos aplicados sin ninguna ceremonia) analizar el bagaje literario de su libro; apuntar incorreciones; someter al bueno de «Martin Fierro» al tormento de esas mil reglas y preceptos que los críticos nunca acaban de inventar, porque esto les da eterno pretesto para disertar sobre el modo cómo se han desnaturalizado las unas ó violado las otras.

Todo esto sería música celeste. Cualquier criollo estaría tentado á responder lo que respondió uno de ellos al caballero inglés que le preguntaba: ¿Do you know where is Cochabamba street? — si no dijera demasiado con estas palabras: amigo es matarse; nosotros hemos leido á «Martin Fierro» en once letras diferentes.

Hé aquí mi amigo Hernandez, el mejor juicio acerca de su libro. Once ediciones de un libro son como para llenar de orgullo un autor en Buenos Aires. Vd. solo puede blasonar de ello. Ni la Constitución Argentina ha merecido este honor. Se ensayó dos veces en 1811, se varió en 1815, en 1817, 1819, en 1826 y en 1853-60: ocho publicaciones mi amigo. Su «Martin Fierro» le lleva tres todavía; y recorre á caballo la llanura, las pulperías y los ranchos, haciendo por la vida, esto es, por otras tantas ediciones.


II

Y se va lejos, se hunde en el Sud — en ese Sud de tiernos y dolorosos recuerdos para el gaucho, donde este se deja ver todavía arrogante y hermoso como ahora cincuenta años, cuando imponía su voluntad y su ley á todos aquellos á quienes en vano clamó, durante otros tantos años, para que lo sacaran del mísero desamparo en que vivía.

Porque el gaucho, — y esto es lo que hace buscar con cierto amor todo libro que á él se refiere, — tiene su noche en nuestra historia; noche larga, sin otra luz que la de las cuatro estrellas que indican ese Sud en nuestra Pampa. Su huella ha sido la del martirio abnegado, — su vida la del combate con la adversidad, su destino, el de los eternamente desheredados, su único consuelo el desierto inmenso, que siempre revivió bajo sus plantas prodigando á su rey desventurado sus flores, sus brisas y sus aguas para que recuperara sus fuerzas, allí, á la sombra del ombú, bajo el cual se levantó alguna vez su rancho de paja en que desapareció con su mujer y con su hijos!....

Es un poema de lágrimas que solo el Pampero ha recojido.... flores silvestres de rara fragancia que sepultó el progreso que pretendemos cimentar con remedios de civilizaciones agenas, y que amenaza privar el gaucho hasta del consuelo de ver en un día no lejano, el espectáculo de nuestras libertades arraigadas, de nuestros derechos dignificados, de nuestra prosperidad asegurada por las que el gaucho luchó durante cincuenta años con su lanza y á caballo.