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Página:El Gaucho Martín Fierro.djvu/23

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Sobre Martin Fierro. — XV


III

Sigamos al gaucho, mi amigo, sigamoslo en esa noche tristísima para él y vergonzosa para nosotros Encierran misterios tan íntimos y tan mal comprendidos los senos generosos de esa Pampa, donde el gaucho nació como rey y donde apénas vivió como cuervo!... Tanta melancolía mezclada con cierto amor á la patria que conquistamos con ellos, cae al fondo del alma al evocar el recuerdo de esa noche!

A principio de este siglo el gaucho, con ser que ya había guerreado en nombre de su patria contra los ingleses, era el mas desamparado de la suerte y de los hombres. — Después del esfuerzo de su patriotismo, solo le quedaba la inclemencia del desierto, al cual no dejaban los bienes relativos de que gozaban los hombres de las ciudades.

Requerido constantemente para el servicio militar que demandaba nuestra guerra de la Independencia ¿dónde se dió una batalla en la que el gaucho no lanceó, acuchilló, baleó y venció á los españoles, haciendo gala de ese heroismo temerario que es aliento poderoso de su alma, algo como carne de su carne? ¿Dónde no estuvieron Güemes y Lavalle, Necochea, Balcarce, Pringles, Lamadrid, Suarez, Olavarría y tantos otros brazos armados constantemente en defensa de la República?

La Independencia se iba logrando, el bienestar se acariciaba, se comenzaba á gozar algunos bienes, y entre tanto ¿que partecipación tenía el gaucho en este nuevo teatro de la democracia, que él había contribuido á cimentar?

Ninguna: seguía siendo soldado, ni hogar, ni familia que lo ligára á la patria ingrata que lo había engendrado para sacrificarlo, especie de Saturno que bebía sin saciarse la sangre de sus hijos.

La desgracia suele tener sus paroxismos. El alma estalla frenética desgarrando con salvaje complaciencia los sentimientos que algún día le sirvieron de consuelo para borrar de sí, hasta el recuerdo de la esperanza maldita, que agotó las lágrimas y las fibras marchitó.

El infortunio del gaucho lo tuvo también. La ocasión le fué propicia y él la aprovechó para dar rienda suelta á sus instintos y á sus furias.

Al espuntar el año 20, los gauchos recorrían el desierto en todas direcciones, para aproximarse en medio á su desventura, y librar juntos ese combate tremendo que debía perpetuarse en nuestro país hasta que triunfara la idea que ellos estamparon, sin conocerla, en las banderolas rojas de sus lanzas húmedas con sangre.

La representación que asumían Ramírez, López, Bustos y después Facundo y Aldao en otras Provincias, la asumió Rosas en la de Buenos Aires.

Radicado en la campaña «sacrificando comodidades y dinero, haciéndose gaucho, hablando como tal, haciendo lo que los gauchos hacían, protejiéndolos, haciéndose su apoderado, cuidando de sus intereses, etc. etc.», según el mismo Rosas lo ha expresado en una confidencia —el descendiente de los Condes de Poblaciones fué como una Providencia que surjió de las entrañas de la Pampa en favor de los gauchos, que miraban con indecible asombro ese hombre para ellos extraordinario, y que era su proprio engendro y que ya los había hecho brillar sobre todos, conduciéndolos á ahogar la anarquía en esa ciudad de Buenos Aires, que nunca había tenido un eco de consuelo para ellos.

Rosas llegó á ser el gran señor de la campaña. El teatro era muy vasto; pero la admiración y el cariño hacia su persona era llevado en alas, por los gauchos, de pulpería en pulpería, donde templaban sus guitarras para cantar sus alabanzas á ese gaucho hermoso y arrogante que protegía sus hogares y los hacía felices dejándolos vivir de su trabajo al lado de su hijos ¿Cómo pues el corazón de la campaña no había de abrirse con la espontaneidad de la flor del aire para elevar á Rosas al Gobierno?

Rosas adoptó en provecho de su Gobierno fuerte, la idea en nombre de la