Sin embargo, Byron morirá en la memoria de las generaciones futuras y Shakespeare no morirá, no morirán: L'Isle, Riego, López Planes, Andrade y Hernandez; porque aquellos son poetas subjetivos de influencia efimera en la imaginación, miéntras estos son poetas heróicos, socialistas y filósofos que afectan necesidades permanentes del espíritu, proyectan revoluciones súbitas ó lentas, que han de trasformar la faz de la sociedad, hieren la cuerda esencial del sonoro istrumento, eternamente templado para las grandes y elevadas armonías.
En poesía pasa lo que en la música, los wals de Asker y Ketterer morirán en la memoria, como las melodías de Gounod y la fantasía de Wagner; pero no morirán las concepciones gigantescas de Meyerber, Bethoven; porque aquellos son individualistas y simplemente estéticos, y estos son creadores intérpretes de la armonía universal y absoluta.
La República Argentina cuenta con centenares de inteligencias en tres generaciones, que han ensayado y aun hecho profesión de la poesía en sus diversos géneros, pero que ninguno de ellos, ni todos en conjunto, han constituido ni podido formar lo que propriamente podría llamarse: literatura argentina.
Es á los dos poetas que hemos citado que cabe la gloria de haber fundado la poesía clásica argentina.
El libro del Sr. Hernandez, del que nos venimos ocupando bajo sus diversas faces, tiene, sobre todo, tres cualidades: verdad, utilidad y armonía.
La verdad es absoluta ó relativa, filosófica ó literaria. En «Martin Fierro» se refleja la verdad plena en todas sus faces, en todas sus aplicaciones.
La verdad filosófica se encierra en la concepción, porque responde á las mas sentidas necesidades de una gran clase social, á los principios mas austeros de la moral y á la realidad de los hechos históricos; la verdad literaria resplandece en la forma en que hay exactitud y relieves en la descripciones etnográficas, viveza, precisión y aun concordancia frenológicas en retrato típico de los personages, naturalidad en la narración de los hechos, en el desarrollo dramático y sobre todo en las máximas, en los giros del lenguaje y aun en los vicios de la pronunciación y escritura.
«Martin Fierro» es el libro mas útil que se ha escrito en versos en la América porque es el espejo mas fiel, el cuadro mas acabado de la vida del gaucho, la lección mas magistral de moral, el catecismo mas sencillo de política y filosofía, el aliciente mas poderoso para aprender á leer y la revelación mas elocuente de la revolución, que principia á incubarse en el espíritu del campesino y que á ella se lanzó inconscientemente y como instrumento de pasiones de caudillos ambiciosos; es el libro que suple á la Biblia, á la novela, á la Constitución y á los volúmenes de ciencia; es la leyenda mas popular que aprende de memoria el niño, que la canta el payador, que la murmura el carrero y la lee con deleite la candida doncella.
Es la poesía mas armoniosa, porque en el lirismo debe imperar la sinfonía.
Los versos de «Martin Fierro» son los mas perfectamente cantables, porque están expresamente escritos para esa música popular, medio recitativa, medio cantada, al compás de la guitarra; poemas sencillos, espirituales, descriptivos llenos de ese sabor criollo, que hace estremecer con fruiciones tan especiales el corazón argentino.
El octosílabo como metro es sin duda el mas armonioso, pues aunque carece de la magestad del endecasílabo y alejandrino, es mas flexible y se presta como ninguno á la sentencia, á la máxima y á la sátira.
Las estrofas en seis versos se prestan igualmente al canto rítmico, á la rotundez de los pensamientos y la variedad de tonos; por eso el gaucho canta esas rapsodias argentinas con interés, entusiasmo, deleite y con pasión, como la expresión legítima de sus creencias, de sus necesidades, esperanzas é ilusiones.
«Martin Fierro» vive en la memoria de