todos, y vivirá en las futuras generaciones, por que es el poema mas argentino.
¿Tiene la América latina una literatura propria?
Si hemos de aceptar la palabra literatura bajo su acepción legítima y genuina estamos obligados á declarar que no.
Nuestra ideas, nuestro idioma, nuestras costumbres, nuestro gusto estético y hasta los elementos mas simples de nuestra cultura social, son europeos y principalmente franceses, ingleses y españoles.
Al leer nuestros libros de poesía, nadie creería que han sido escritos en América.
Los poetas colombianos, peruanos, bolivianos, chilenos, argentinos y brasileros, no reflejan ni un solo rayo de la luz propia de su nacionalidad, ni un solo rasgo de su fisonomía característico, ni un paisage de su naturaleza, ni un hecho de su historia, ni un incidente de su vida ordinaria.
Podría citarse algún canto excepcional, alguna rara producción, mal apreciada, desterrada de la «high-life» de las letras, que con el trascurso de los tiempos y el progreso de nuestra educación intelectual, encontrarán sin duda su asiento magistral en la corte aristocrática de las letras americanas; pero que hoy no bastan á definir nuestro prototipo como naturaleza, ciencia, arte, política, religión ó costumbres.
Los americanos creemos que solo en Paris ó Londres hay ideas, sentimiento, genio, costumbres, pasiones, virtudes, crímenes, belleza natural y artística.
No nos hemos tomado la molestia de averiguar si hay sirenas entre las murmurantes ondas de nuestros arroyos, si el soplo del infierno impele los huracanes de nuestras Pampas, si gigantes de immesurable talla sostienen sobre sus hombros nuestras moles graníticas, si misteriosas divinidades vagan en el fondo ignoto de nuestros bosques, si nuestra raza autóctona es de origen celestial; ni siquiera hemos preguntado si el salvage impetuoso de los llanos trae algo de la sangre de los Titanes, de los Pandos, ó de los Runas; que ni siquiera sabemos si el pastor de nuestros valles y montañas tiene alma: si ama, si piensa, si tiene su filosofía y su estética originales.
Y sin embargo, ahí está abierto ante nuestros indiferentes ojos el gran libro de nuestra espléndida naturaleza: ahí está torturante el misterio de nuestro origen; ahí están las tradiciones de nuestra primitiva vida civil, y las largas y terribles horas de la esclavitud y las hazañas épica de nuestra emancipación política.
Tenemos el gaucho, el indio de la Pampa, de las montañas, de los bosques, con costumbres, ideas, idiomas y hasta instituciones propias, que no solo no cantamos, que ni estudiamos, ni inquirimos.
La poesía de todos los pueblos ha tenido su cuna en su propia naturaleza, en su mismo corazón, en su convicciones, íntimas, en su goces familiares, en sus dolores secretos, en sus glorias nacionales.
Desde Valmiqui, el épico Indio, desde el salmista hebreo hasta Fenimore Kooper, el novelista yankée, todos han buscado la inspiración en el espejo luciente que refleja ante sus ojos la imagen de lo infinito, en las reminiscencias queridas de su memoria ó en las tradiciones venerables de sus abuelos; solo los Americanos del Sud hemos apartado los ojos de ese espejo, los labios de esa fuente, y el corazón de ese santo objetivo: la patria y el hogar.
Se han intentado algunos ensayos descriptivos de la naturaleza americana, rasgos históricos de nuestro origen prehistórico, algunas odas ensalzando los episodios de nuestras guerras nacionales ó civiles; pero esto no es literatura americana, ni en su espíritu ni en su forma, ni en su volúmen.
Conocemos la biblioteca del señor Andrés Lamas, constante de 7,000 volúmenes, escritos todos en América ó sobre America: será sin duda la primera biblioteca en su género, en su rara especialidad, pero no está allí la literatura americana.