No es el poeta la hoja del árbol que arrastra el viento y se queja en su roce con el polvo, no es la arista que devora el fuego y gime en el suplicio de la calcinación; no es la poesía el polen de la flor que halaga los sentidos de la coqueta, la nota armoniosa que deleita el oído del soñador fantástico.
Dios no ha encendido la chispa de la inspiración en el fondo del cerebro, para que alumbre sin calor como el fósforo; el génio ha de ser productor, su nombre dice que ha de ser productor, creador, revolucionario; por eso ha dicho muy bien Isaías, que se sintió herido por el rayo de Dios, para irradiar su luz y su fuego sobre el pueblo ciego y entumecido, que se había sentado sobre la piedra helada del error.
Andrade, el ilustre lírico argentino, ha hecho la semblanza mas digna del poeta, haciéndolo precursor, profeta, sacerdote, maestro y tribuno.
Así es José Hernandez. No ha templado su lira sonora para deleitar un momento, para recrear las horas largas de una velada campestre.
Martin Fierro es mas que un payador de pulpería, es el filósofo, el revolucionario, el gran político, el moralista, el Prometeo de la campaña, la encamación palpitante del gran problema social.
En el fondo de ese poema sencillo, lacónico y armonioso, se encuentra la verdad desnuda, clara y elocuente; al través de las diáfanas y elegantes vestiduras de nuestra toilette social, se descubre la llaga cancerosa que corroe las entrañas del organismo.
Es necesario tener toda la sagacidad de espíritu, toda la paciente observación todo el sentimiento de justicia, todo el aplomo de convicciones de Hernandez, para haber penetrado y arrostrado tan decididamente la grave cuestión social que agita nuestro seno, casi con tanta vehemencia como el nihilismo, el internacionalismo, el fenianismo, el comunismo ó el carbonarismo.
«Martin Fierro» ha iluminado la conciencia del gaucho, ha exitado las fibras de su sensibilidad, le ha dado la noción de ciudadanía, la intención de su dignidad personal y ha iniciado en su espíritu el deseo del progreso, para llegar al ideal de la nivelación social.
En verdad, estamos muy lejos de ser una democracia, de gozar del beneficio práctico de nuestras instituciones, muy liberales en la letra, pero sin efecto en la vida real; la Constitución es un astro muy raquítico, porque no irradia su calor y su luz, sino hasta los muros de la ciudad. El gaucho, como los condenados de Klopstoh, vive en las tinieblas y en la frigidez extra-solares.
La Policía Rural, la Administración de Justicia, el sistema orgánico del Ejército, la educación popular, todo ha sido herido con el puñal afilado de la sátira, con la masa poderosa de la máxima evidente, con la luz refulgente del ejemplo.
José Hernandez ha asimilado con la delicadeza, del arte sintético de Seuxis, la sátira de Juvenal, el escepticismo de Montaigne, la dulce elocuencia de Fenelon y la lección magistral de Montesquieu, todo bajo la forma amena, graciosa, pero gravemente sentenciosa de Cervantes.
¿Qué libro se ha escrito hasta hoy que haya instruido, distraído, deleitado y conmovido al pueblo con mas verdad, arte, elocuencia y magistral autoridad?
¡Biblia, catecismo político, teoría filosófica, consejo moral, incitación entusiasta, proclama revolucionaria! ¿Qué no hay en esas noventa páginas rimadas sin esfuerzo, enfóricamente acondicionadas á los arpegios de la guitarra y á la entonación del campesino?
«Martin Fierro» encierra estas grandes verdades políticas arrancadas natural y lógicamente de nuestra vida ordinaria: falta de educación, pésima organización judicial y militar, deficiencia en la Policía Rural, y sobretodo, profundo resentimiento en el pueblo de la campaña contra las clases urbanas, por abuso de fortuna, de autoridad é ilustración.
Tal es el carácter político ó sociológico del libro que nos ocupa, y tal es la enseñanza filosófica y poética que puede servir de esplicación á la ley de nuestra