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XXII — Juicios críticos.

desde el estático misticismo hasta la amarga decepción, desde la credulidad del niño, hasta esa ciencia tristísima de la ancianidad desencantada de la sociedad que desprecia.

«Martin Fierro» es el tipo ingénuo, noble, valeroso, víctima de los defectos de nuestras instituciones políticas, judiciales y municipales, guarda en su alma el depósito sagrado de la institución del bien, al través de todas las peripecias de su vida fatalmente aventurera.

El viejo Viscacha es el Mefistófeles de ese Fausto mas natural, mas filosófico, mas moral que el de Goethe.

Anciano consumido económicamente por los vicios, hasta dormir entre los perros, físicamente, hasta no poder hablar, y moralmente hasta profesar las ideas mas egoístas, antisociales y eminentemente sensuales, espíritu descreído, práctico en la vida material, enemigo de clases urbanas, pero profundamente sabio en los resortes secretos de la vida real.

Ambos tipos son naturales, de importancia suprema en la acción y desarrollo del drama sencillo, pero interesante de la vida del gaucho.

A las magníficas descripciones de la campaña, de la frontera, de los ataques del salvaje y cien otras que forman el fondo del paisaje, el cuadro etnográfico, es necesario sobreponer la magistral descripción de la Penitenciaria, lección sublime de moral, rasgo de inimitable poesía de efecto extraordinario y de aplicación tan prática en las costumbres, que solo ese canto equivale en efecto á todos los sermones, á todas las conferencias y á todos los castigos.

La Penitenciaria tiene, en efecto, por destino, no solo servir de lugar de castigo y de seguridad, sino también de ejemplo.

Esa casa aislada en los confines de la ciudad, que tantos dolores guarda, bajo cuyas fatdicas bóvedas tantos Macbeths se estremecían entre las torturas del remordimiento, no habría cumplido su alta misión moral, si Hernandez no la hubiese hecho conocer en el ritmo de sus versos, en las cuerdas de la guitarra de la pulpería, en la leyenda familiar del rancho.

Nadie sabe lo terrible que es la cárcel, miéntras no entra en ella, pero el lúgubre edificio tiene una voz solemne, cuyo éco elocuente es «Martin Fierro».

Las últimas máximas de «Martin Fierro», son máximas tan magníficas como las del Evangelio, es por eso que el libro de Hernandez suple á la Biblia y á la doctrina sacerdotal en los ranchos, estancias y aldeas, y no exageramos al asegurar que tambien desempeña ese noble papel en las ciudades.

No podemos acabar de definir á Hernandez como filósofo, pero aquí nos detenemos por respeto á la atención del lector.

Mañana nos ocuparemos de Hernandez político y literato.


QUINTO ARTICULO

Sué y Hugo son los primeros en nuestro siglo, que bajo la forma amena y vulgar del romance ó el verso, han planteado los grandes problemas sociales, y han llevado á la conciencia del pueblo las graves cuestiones que comprometen su destino.

La mayor parte de los novelistas y poetas son simplemente descriptivos, estrechamente estéticos y egoistamente subjetivos.

Creen sin duda que la humanidad entera está comprometida á contar los latidos de su corazón angustiado, y á seguir las ráfagas caprichosas de su imaginación delirante.

La poesía tiene, sin duda, una misión mas elevada, mas amplia, mas social, mas eficaz.

No ha de ser el sueño loco de una noche de delirio, como la creación insensata de San Juan ó Dante, ni la máxima sensualista de Anacreonte, de Ovidio, de Pirron; el amargo escepticismo, el canto elegiaco de Young, de Byron, Leopardi y Pestel, no son tampoco su última y mas elevada expresión.

No son la risa, ni las lágrimas, los atributos mas sublimes del hombre, como el sensualismo ó la utilidad, no son la última esfera de su indefinida actividad.