cantada en las pulperías y fogones de campaña, pero indigna de ocupar por un momento los ocios de las altas y serias inteligencias, que con su vanidad y su ignorancia honran y dirijen el país.
Para estas gentes, que con decir: — «los gauchos no inventaron el vapor, ni el telégrafo (cosas que tampoco inventaron ellos), los gauchos se van» — creen haberlo dicho todo, Martin Fierro no tiene, ni puede tener importancia, pero para los que saben leer, para los que comprenden lo que leen, la tiene y grande.
Para estos es, primero antes que todo un gran pensamiento humanitario, una lección de Gobierno administrativo, que todo hombre verdaderamente serio é ilustrado, debe tomar.
Martin Fierro pertenece á esa clase desventurada que en la República Argentina ha sostituido á la negra, extinguida ya, en los trabajos y sacrificios de sangre y de vida, en beneficio exclusivo de las mas elevadas ó mas ambiciosas de la sociedad.
Cuando hubo que pelear por la independencia nacional, ella lo hizo, y con su sangre la conquistó! Ya obtenida, vinieron las guerras extranjeras y volvió á derramarla mientras duraron. Terminadas éstas, y miéntras otras no vienen, es el guardián exclusivo de la fronteras, donde diariamente se halla á brazos con el hambre, la miseria y los indios; guardando las fortunas de los grandes hacendados, y la riqueza pública, y este es el mas penoso y terrible de los tributos que paga á una organización social, por la cual se sacrifica, y de la que no recibe por recompensa, mas que tropelías, insultos y desprecios.
¿Hay que reforzar la guarnición de la frontera? Se hace una arreada de estos desgraciados, ni mas ni menos que como en otro tiempo se hacían las correrías de las yeguadas y ganados baguales. Se les acecha como á bestias, en las reuniones, en las carreras, en los bailes, y se cae repentinamente sobre ellos. Los mas diestros ó previsores, escapan; pero el mayor número queda, y sin atender á súplicas, ni á miramientos de razón ó de justicia, los arrancas á los brazos de sus mujeres, de sus hijos, á sus pocos bienes que quedan perdidos, y reuniéndolos á otros tomados del mismo modo, los llevan a las fronteras.
Es preciosísima la descripción que hace de la cacería en que lo agarraron y de la que solo daremos como muestra la 1ª, 2ª y 6ª estrofas:
Cantando estaba una vez
En una gran diversión;
Y aprovechó la ocasión
Como quiso el Juez de Paz...
Se presentó, y ahi no mas
Hizo una arriada en montón
Juyeron los mas matreros
Y lograron escapar —
Yo no quise disparar —
Soy manso— y no había por qué —
Muy tranquilo me quedé
Y ansí me dejé agarrar.
Formaron un contingente
Con los que en el baile arriaron —
Con otros nos mesturaron
Que habían agarrao tambien
Las cosas que aquí se vén
Ni los diablos las pensaron.
¿Es razonable, es digno este modo de proceder?
¿Hay equidad, hay justicia en hacer pesar exclusivamente sobre estos desventurados, un servicio que debía pesar igualmente sobre todos los ciudadanos ó que mejor aun, debía ser hecho por tropas de línea?
¿Hay equidad, hay justicia en tenerlos indefinidamente en la frontera, donde cuando no mueren, ó huyen, se envejecen, mientras sus familias, se disuelven, y sus pocos bienes se pierden? ¿hay dignidad, hay justicia en tenerlos sin paga y hambrientos en desiertos inhospitalarios, donde el sol los abrasa, el frío los hiela y el indio los diezma?
Pero, ¿es solo esto lo que sufre el pobre paisano? ¡Nó! hay algo que es mucho peor, y es el trato bárbaro, inhumano que reciben de sus gefes, de los cuales son, no soldados, sino esclavos.