Sus verdaderos principios, como todos los que forman el mas sólido fundamento del progreso humano, son contemporáneos de la América, unos, de la libertad de América, los mas.
Antes no se admitía la idea de un pueblo civilizado, sino cuando había recorrido los tres grandes períodos de pastor, agricultor y fabril.
La intransigente severidad de tales principios, exigía el tránsito de un pueblo por esas tres evoluciones de la economía industrial, para discernirle el título de cultura, que de otra manera no lograba alcanzar jamás.
Un pueblo pastor, significaba una sociedad embrionaria, colocada en el primer periodo de su formación, y elaborando lentamente en su seno los elementos que debían elevarlo en la escala de la civilazación, que el error y el atraso habían graduado.
Pero tales errores no son de la época, y el progreso moderno en todas sus manifestaciones, se ha encargado de disiparlos totalmente.
El vapor, dando seguridad y facilidades á la navegación, los ferro-carriles suprimiendo las distancias, el telégrafo ligando entre sí á todas las sociedades civilizadas, han convertido al mundo en un vasto taller de producción y de consumo.
La actividad de los cambios circula en las inmensas arterias de ese cuerpo formado por un planeta, con facilidad y rapidez, y sus efectos se extienden en cada grupo social hasta el mas lejano de los miembros que lo componen.
Los pueblos no viven ya en el aislamiento, que los condenaba á marchar paso á paso, realizando lentamente las conquistas destinadas á asegurar su progreso y su perfeccionamiento.
Hoy, sus evoluciones son menos tardías, llevan impreso otro sello, y obedecen á otra tendencia.
En nuestra época, un país cuya riqueza tenga por base la ganadería, como la Provincia de Buenos Aires y las demás del litoral Argentino y Oriental, puede no obstante ser tan respetable y tan civilizado, como el que es rico por la agricultura, ó el que lo es por sus abundantes minas, ó por la perfección de sus fábricas.
La naturaleza, de la industria, no determina por sí sola los grados de riqueza de un país, ni es el barómetro de su civilización.
La ganadería puede constituir la principal y mas abundante fuente de riqueza de una nación, y esa sociedad, sin embargo, puede hallarse dotada de instituciones libres como las mas adelantadas del mundo; puede tener un sistema rentístico debidamente organizado, y establecido sólida y ventajosamente su crédito exterior; puede poseer Universidades, Colegios, un periodismo abundante é ilustrado; una legislación propia, círculos literarios y científicos; pueden marchar formando parte de la inmensa falange de los civilizadores de la humanidad, sus publicistas, sus oradores, sus juriconsultos, sus estadistas, sus médicos, sus poetas; y seguir de cerca las huellas de las escuelas mas adelantadas sus ingenieros, arquitectos, pintores y músicos; cultivar finalmente, con igual éxito y con honroso afán, todos los demás ramos de utilidad ú ornato, que forma la esfera recorrida por la actividad de la inteligencia humana en su giro infatigable y luminoso.
De estas ideas, á darle á un libro la tendencia que se ha observado en el que nos ocupa, no hay distancia que recorrer.
Sus límites se tocan visiblemente.
Terminaré en pocas palabras mas.
Para abogar por el alivio de los males que pesan sobre esa clase de la sociedad, que la agobian y la abaten por consecuencia de un régimen defectuoso, existe la tribuna parlamentaria, la prensa periódica, los clubs, el libro, y por último el folleto, que no es una degeneración del libro, sino mas bien uno de sus auxiliares, y no el menos importante.
Me he servido de este último elemento, y en cuanto á la forma empleada, el juicio solo podría pertenecer á los dominios de la literatura.
Pero en este terreno, Martín Fierro no sigue, ni podía seguir otra escuela, que la que es tradicional al inculto payador.
Sus desgracias, que son las de toda la clase social á que pertenece, despiertan