que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo, pues, los yangüeses el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando á los dos aventureros de mala traza y de peor talante.
El primero que se resintió fué Sancho Panza, y hallándose junto á su señor, con voz enferma y lastimada dijo:
—¡Señor don Quijote! ¡Ah, señor don Quijote!
—¿Qué quieres, Sancho hermano? respondió don Quijote con el mismo tono afeminado y doliente que Sancho.
—Querría, si fuese posible, respondió Sancho Panza, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahí á mano; quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos, como lo es para las feridas.
—Pues á tenerla yo aquí, ¡desgraciado yo! ¿qué nos faltaba? respondió don Quijote; mas yo te juro, Sancho Panza, á fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, ó mal me han de andar las manos.
—Pues ¿en cuántos le parece á vuestra merced que podremos mover los pies? replicó Sancho Panza.
—De mí sé decir, dijo el molido caballero don Quijote, que no sabré poner término á esos días; mas yo me tengo la culpa de todo, que no había de poner mano á la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y así, creo que, en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo; por lo cual, hermano Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho á la salud de entrambos; y es, que cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes á que yo ponga mano á la espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino pon tú mano á tu espada y castígalos muy á tu sabor; que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con todo mi poder; que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta dónde se extiende