en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura.
—No hay para qué, señor, querer gastar tiempo y dineros en hacer esa figura, dijo Sancho; sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced descubra la suya, y dé rostro á los que le miraren; que sin más ni más, y sin otra imagen ni escudo, le llamarán el de la Triste Figura; y créame que le digo verdad, porque le prometo á vuestra merced, señor (y esto sea dicho en burlas), que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya tengo dicho, se podrá muy bien excusar la triste pintura.
Rióse don Quijote del donaire de Sancho; pero, con todo, propuso de llamarse de aquel nombre, en pudiendo pintar su escudo ó rodela, como había imaginado.
Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera eran huesos ó no; pero no lo consintió Sancho, diciéndole:
—Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más á su salvo de todas las que yo he visto. Esta gente, aunque vencida y desbaratada, podría ser que cayese en la cuenta de que los venció sola una persona, y corridos y avergonzados desto, volviesen á rehacerse y á buscarnos, y nos diesen muy bien en qué entender. El jumento está como conviene, la montaña cerca, la hambre carga: no hay que hacer sino retirarnos con gentil compás de pies; y, como dicen, váyase el muerto á la sepultura, y el vivo á la hogaza.
Y antecogiendo su asno, rogó á su señor que le siguiese, el cual, pareciéndole que Sancho tenía razón, sin volverle á replicar, le siguió; y á poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon, y Sancho alivió al jumento, y tendidos sobre la verde hierba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron, merendaron y cenaron á un mismo punto, satisfaciendo sus estómagos con más de una fiambrera que los señores