fiar y espolear y dalle, será enojar á la fortuna y dar coces, como dicen, contra el aguijón.
Desesperábase con esto don Quijote, y por más que ponía las piernas al caballo, menos le podía mover; y sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, ó á que amaneciese, ó á que Rocinante se menease, creyendo sin duda que aquello venía de otra parte que de la mdustria de Sancho; y así, le dijo:
—Pues así es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar á que ría el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.
—No hay que llorar, respondió Sancho; que yo entretendré á vuestra merced, contando cuentos desde aquí al día, si ya no es que se quiere apear y echarse á dormir un poco sobre la hierba verde, á uso de caballeros andantes, para hallarse más descansado cuando llegue el día y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.
—¿A qué llamas apear, ó á qué dormir? dijo don Quijote. ¿Soy yo por ventura de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tú, que naciste para dormir, ó haz lo que quisieres; que yo haré lo que viere que más viene con mi pretensión.
—No se enoje vuestra merced, señor mío, respondió Sancho; que no lo dije por tanto.
Y llegándose á él, puso la una mano en el arzón delantero, y la otra en el otro, de modo que quedó abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dél un dedo: tal era el miedo que tenía á los golpes que todavía alternativamente sonaban. Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido; á lo que Sancho dijo que sí hiciera, si le dejara el temor de lo que oía.
—Pero, con todo eso, yo me esforzaré á decir una historia, que si la acierto á contar y no me van á la mano, es la mejor de las historias; y estéme vuestra merced atento; que ya comienzo. Erase que se era, el