que non se faga tal desaguisado; y ya que del todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilátelo á lo menos hasta la mañana; que, á lo que á mí me muestra la ciencia que aprendí cuando era pastor, no debe de haber desde aquí al alba tres horas, porque la boca de la bocina está encima de la cabeza, y hace la media noche en la línea del brazo izquierdo.
—¿Cómo puedes tú, Sancho, dijo don Quijote, ver dónde hace esa línea, ni dónde está esa boca ó ese colodrillo que dices, si hace la noche tan oscura, que no parece en todo el cielo estrella alguna?
—Así es, dijo Sancho; pero tiene el miedo muchos ojos y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo; puesto que por buen discurso bien se puede entender que hay poco de aquí al día.
—Falte lo que faltare, respondió don Quijote; que no se ha de decir por mí ahora ni en ningún tiempo que lágrimas ni ruegos me apartaron de hacer lo que debía á estilo de caballero; y así, te ruego, Sancho, que calles; que Dios, que me ha puesto en corazón de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura, tendrá cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu tristeza: lo que has de hacer es apretar bien las cinchas á Rocinante y quedarte aquí, que yo daré la vuelta presto, ó vivo ó muerto.
Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo, y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria, y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies á Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino á saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo:
—Ea, señor; que el cielo, conmovido de mis lágrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos queréis por-