le tenía. Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido... y eran (si no lo has ¡oh lector! por pesadumbre y enojo) seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.
Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeció y pasmóse de arriba abajo. Miróle Sancho, y vió que tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido. Miró también don Quijote á Sancho, y vióle que tenía los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes señales de querer reventar con ella; y no pudo su melancolía tanto con él, que á la vista de Sancho pudiese dejar de reírse; y como vió Sancho que su amo había comenzado, soltó la presa de manera, que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puños por no reventar riendo. Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió á su risa con el mismo ímpetu que primero, de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga:
—Has de saber ¡oh Sancho amigo! que yo nací por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, ó de oro; yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las hazañas grandes, los valerosos fechos.
Y por aquí fué repitiendo todas ó las más razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.
Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacía burla dél, se corrió y enojó en tanta manera, que alzó el lanzón y le asentó dos palos tales, que si, como los recibió en las espaldas, los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera á sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:
—Sosiégúese vuestra merced, que, por Dios, que me burlo.
—Pues porque os burláis no me burlo yo, respondió don Quijote. Venid acá, señor alegre: ¿paréceos á vos que si, como estos fueron