ser otra vez manteado, no digo nada; que semejantes desgracias mal se pueden prevenir; y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos, y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare.
—Mal cristiano eres, Sancho, dijo oyendo esto don Quijote; porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo? ¿qué costilla quebrada? ¿qué cabeza rota para que no se te olvide aquella burla? Que, bien apurada la cosa, burla fué y pasatiempo; que, á no entenderlo yo así, yo ya hubiera vuelto allá y hubiera hecho en tu venganza más daño que el que hicieron los griegos por la robada Elena, la cual si fuera en este tiempo, ó mi Dulcinea fuera en aquél, pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como tiene.
Y aquí dió un suspiro, y le puso en las nubes.
Y dijo Sancho:
—Pase por burlas, pues la venganza no puede pasar en veras; pero yo sé de qué calidad fueron las veras y las burlas, y sé también que no se me caerán de la memoria, como nunca se me quitarán de las espaldas. Pero dejando esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos deste caballo rucio, rodado, que parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino que vuestra merced derribó; que, según él puso los pies en polvorosa y cogió las de Villadiego, no lleva pergenio de volver por él jamás; y ¡para mis barbas si no es bueno el rucio!
—Nunca yo acostumbro, dijo don Quijote, despojar á los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos y dejarles á pie, si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo; que en tal caso, lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita; así que, Sancho, deja ese caballo ó asno, ó lo que tú quisieres que sea; que como su dueño nos vea alongados de aquí, volverá por él.