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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

dades tan lindas y tan donosas, que no puede haber mentiras que se les igualen.

—¿Y cómo se intitula el libro? preguntó don Quijote.

La vida de Ginés de Pasamonte, respondió él mismo.

—¿Y está acabado? preguntó don Quijote.

—¿Cómo puede estar acabado, respondió él, si aun no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.

—Luego ¿otra vez habéis estado en ellas? dijo don Quijote.

—Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé á qué sabe el bizcocho y el corbacho, respondió Ginés; y no me pesa mucho de ir á ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro; que me quedan muchas cosas que decir, y en las Galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro.

—Hábil pareces, dijo don Quijote.

—Y desdichado, respondió Ginés; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.

—Persiguen á los bellacos, dijo el comisario.

—Ya le he dicho, señor comisario, respondió Pasamonte, que se vaya poco a poco; que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase á los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda; si no, ¡por vida de...! Basta; que podría ser que saliesen algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle y viva bien y hable mejor, y caminemos; que ya es mucho regodeo este.

Alzó la vara en alto el comisario para dar á Pasamonte, en respuesta de sus amenazas; mas don Quijote se puso en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua; y volviéndose á todos los de la cadena, dijo:

—De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado