tentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla; se contentase, digo, con dárselas en el agua, ó en alguna cosa blanda como algodón; y déjeme á mí el cargo; que yo diré á mi señora que vuestra merced se las daba en una punta de peña más dura que la de un diamante.
—Yo agradezco tu buena intención, amigo Sancho, respondió don Quijote; mas quiérote hacer sabedor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras; porque de otra manera sería contravenir á las órdenes de caballería, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relapsos; y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir; así que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofístico ni del fantástico; y será necesario que me dejes algunas hilas para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bálsamo que perdimos.
—Más fué perder el asno, respondió Sancho, que si se perdieran sin él las hilas y todo; y ruégole á vuestra merced que no se acuerde más de aquel maldito brebaje; que en sólo oirle mentar se me revuelve el alma, cuanto y más el estómago; y más le ruego, que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace: que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas á mi señora; y escriba la carta, y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver á sacar á vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.
—¿Purgatorio le llamas, Sancho? dijo don Quijote. Mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor, si hay otra cosa que lo sea.
—Quien ha infierno, respondió Sancho, nula est retencio, según he oído decir.
—No entiendo qué quiere decir retencio, dijo don Quijote.
—Retencio es, respondió Sancho, que quien está en el infierno nunca sale dél, ni puede, lo cual será al revés de vuestra merced, ó á mí me andarán mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar á Rocinante; y póngame yo una por una en el Toboso, y delante de mi