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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué le había sucedido, que tan mal se paraba.

—¿Qué me ha de suceder, respondió Sancho, sino el haber perdido de una mano á otra, en un instante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?

—¿Cómo es eso? replicó el barbero.

—He perdido el libro de memoria, respondió Sancho, donde venía la carta para Dulcinea, y una cédula firmada de mi señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos, de cuatro ó cinco que estaban en casa.

Y con esto les contó la pérdida del rucio.

Consolóle el cura, y díjole, que en hallando á su señor, él le haría revalidar la manda, y que tornase á hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre; porque las que se hacían en libros de memoria jamás se acetaban ni cumplían.

Con esto se consoló Sancho, y dijo que, como aquello fuese así, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabía casi de memoria, de la cual se podría trasladar donde y cuando quisiesen.

—Decidla, Sancho, pues, dijo el barbero, que después la trasladaremos.

Paróse Sancho Panza á rascar la cabeza para traer á la memoria la carta, y ya se ponía sobre un pie, y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al cabo de haberse roído la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos á los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato:

—Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda; aunque en el principio decía: Alta y sobajada señora.

—No diría, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana ó soberana señora.

—Así es, dijo Sancho. Luego, si mal no me acuerdo, proseguía, si