mala esto basta), alzó un poco los cuartos traseros, y dió dos coces en el aire, que, á darlas en el pecho de maese Nicolás o en la cabeza, él diera al diablo la venida por don Quijote. Con todo eso, le sobresaltaron de manera, que cayó en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron; y como se vió sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir á cubrirse el rostro con ambas manos, y á quejarse que le habían derribado las muelas.
Don Quijote, como vió todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin sangre, lejos del rostro del escudero caído, dijo:
—¡Vive Dios, que es gran milagro este! las barbas le ha derribado y arrancado del rostro, como si las quitaran aposta.
El cura, que vió el peligro que corría su invención de ser descubierta, acudió luego á las barbas, y fuése con ellas donde yacía maese Nicolás, dando aún voces todavía; y de un golpe, llegándole la cabeza á su pecho, se las puso, murmurando sobre él unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verían; y cuando se las tuvo puestas, se apartó, y quedó el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes; de que se admiró don Quijote sobremanera, y rogó al cura que cuando tuviese lugar, le enseñase aquel ensalmo; que él entendía que su virtud á más que pegar barbas se debía de extender; pues estaba claro que, de donde las barbas se quitasen, había de quedar la carne llagada y maltrecha, y que pues todo esto sanaba, á más que barbas aprovechaba.
—Así es, dijo el cura; y prometió de enseñársele en la primera ocasión. Concertáronse que, por entonces, subiese el cura, y á trechos se fuesen los tres mudando, hasta que llegasen á la venta, que estaría hasta seis leguas de allí.
Puestos los tres á caballo, es á saber, don Quijote, la princesa y el cura; y los tres á pie. Cardenio, el barbero y Sancho Panza, don Quijote dijo á la doncella:
—Vuestra grandeza, señora mía, guíe por donde más gusto le diere.
Y antes que ella respondiese, dijo el licenciado: