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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

que no sabía ella dónde eran las provincias ni puertos de mar, y que así había dicho á tiento que se había desembarcado en Osuna.

—Yo lo entendí así, dijo el cura, y por eso acudí luego á decir lo que dije, con que se acomodó todo. Pero ¿no es cosa extraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, sólo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros?

—Sí es, dijo Cardenio, v tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella.

—Pues otra cosa hay en ello, dijo el cura; que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice, tocantes á su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones, y muestra tener un entendimiento claro y capaz de todo; de manera que, como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.

En tanto que ellos iban en esta conversación, prosiguió don Quijote con la suya, y dijo á Sancho:

—Echemos, Panza amigo, pelillos á la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿dónde, cómo y cuándo hallaste á Dulcinea? ¿qué hacía? ¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leía mi carta? ¿quién te la trasladó? y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas ó mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele.

—Señor, respondió Sancho, si va á decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.

—Así es como tú dices, dijo don Quijote, porque el librillo de memoria, donde yo la escribí, le hallé en mi poder á cabo de dos horas de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habías tú de hacer cuando te vieses sin carta; y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos.

Tomo I.—78-79