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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

y fineza á cuanto se podía extender la naturaleza de tal piedra, y tú mismo lo creyeses así, sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamente, y ponerle entre un yunque y un martillo, y allí á pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más: si lo pusieses por obra, que puesto caso que la piedra hiciese resistencia á tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí, por cierto, dejando á su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre; pues aunque se quede con su entereza, no puede subir á más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora ¡cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mismo por haber sido causa de su perdición y la tuya! Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y pues la de tu esposa es tal, que llega al extremo de bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera á alcanzar la perfección que le falta, que consiste en ser virtuosa.

»Cuentan los naturales, que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los cazadores usan de este artificio: que sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar; y así como el arminio llega al lodo, se está quedo, y se deja prender y cautivar, á trueco de no pasar por el cieno, y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y lim-