avisada Camila de Lotario de que eran fingidos aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho á Anselmo por poder ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella sin duda cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida, pasó aquel sobresalto sin pesadumbre.
»Otro día, estando los tres de sobremesa, rogó Anselmo á Lotario dijese alguna cosa de las que había compuesto á su amada Clori; que, pues Camila no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese.
»—Aunque la conociera, respondió Lotario, no encubriera yo nada; porque cuando algún amante loa á su dama de hermosa, y la nota de cruel, ningún oprobio hace á su buen crédito; pero, sea lo que fuere, lo que sé decir, que ayer hice un soneto á la ingratitud desta Clori, que dice ansí:
En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño á los mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y á mi Clori dando.
Y al tiempo cuando el sol se va mostrando
por las rosadas puertas orientales,
con suspiros y acentos desiguales
voy la antigua querella renovando.
Y cuando el sol de su estrellado asiento
derechos rayos á la tierra envía,
el llanto crece, y doblo los gemidos.
Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,
y siempre hallo en mi mortal porfía
al cielo sordo, á Clori sin oídos.
»Bien le pareció el soneto á Camila, pero mejor á Anselmo, pues le alabó, y dijo que era demasiadamente cruel la dama que á tan claras verdades no correspondía.
»A lo que dijo Camila:
»—Luego todo aquello que los poetas enamorados dicen, ¿es verdad?