y aun la advertía del modo que con poco riesgo pudiese ponerle en ejecución. En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela; y queriendo entrar á ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta; cosa que le puso más voluntad de abrirla, y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro á tiempo que vió que un hombre saltaba por la ventana á la calle; y acudiendo con presteza á alcanzarle ó conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole:
»—Sosiégate, señor mío, y no te alborotes ni sigas al que de aquí saltó: es cosa mía, y tanto, que es mi esposo.
»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacó la daga y quiso herir á Leonela, diciéndole que le dijese la verdad, si no, que la mataría.
»Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo:
»—No me mates, señor; que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar.
»—Dilas luego, dijo Anselmo; si no, muerta eres.
»—Por ahora será imposible, dijo Leonela, según estoy de turbada; déjame hasta mañana; que entonces sabrás de mí lo que te ha de admirar, y está seguro que el que saltó por esta ventana es un mancebo desta ciudad que me ha dado la mano de ser mi esposo.
»Sosegóse con esto Anselmo, y quiso aguardar el término que se le pedía, porque no pensaba oir cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad tan satisfecho y seguro; y así, se salió del aposento, y dejó encerrada en él á Leonela, diciéndole que de allí no saldría hasta que le dijese lo que tenía que decirle. Fué luego á ver á Camila y á decirle, como le dijo, todo aquello que con su doncella le había pasado, y la palabra que le había dado de decirle grandes cosas y de importancia.
»Si se turbó Camila ó no, no hay para qué decirlo, porque fué tanto el temor que cobró, creyendo verdaderamente (y era de creer) que Leonela había de decir á Anselmo todo lo que sabía de su poca fe, que no