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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

miento fuera cosa dese jaez; mas no lo fué, sino que real y verdaderamente vi yo que el ventero, que aquí está hoy día, tenía del un cabo de la manta y me empujaba hacia el cielo con mucho donaire y brío y con tanta risa como fuerza; y donde interviene conocerse las personas, tengo para mí, aunque simple y pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura.

—Ahora bien. Dios lo remediará, dijo don Quijote: dame de vestir, y déjame salir allá fuera; que quiero ver los sucesos y transformaciones que dices.

Dióle de vestir Sancho, y en el entretanto que se vestía, contó el cura á don Fernando y á los demás que allí estaban, las locuras de don Quijote, y del artificio que habían usado para sacarle de la Peña Pobre, donde él se imaginaba estar por desdenes de su señora. Contóles asimismo casi todas las aventuras que Sancho había contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles (lo que á todos parecía) ser el más extraño género de locura que podía caber en pensamiento disparatado. Dijo más el cura: que pues ya el buen suceso de la señora Dorotea impedía pasar con su designio adelante, que era menester inventar y hallar otro para poderle llevar á su tierra.

Ofreció Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda haría y representaría suficientemente la persona de Dorotea.

—No, dijo don Fernando, no ha de ser así; que yo quiero que Dorotea prosiga su invención; que, como no sea muy lejos de aquí el lugar deste buen caballero, yo holgaré de que se procure su remedio.

—No está más de dos jornadas de aquí.

—Pues aunque estuviera más, gustara yo de caminallas, á trueco de hacer tan buena obra.

Salió en esto don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo (aunque abollado) de Mambrino en la cabeza, embrazado de su adarga y arrimado á su tranca ó lanzón. Suspendió á don Fernando y á los demás la extraña presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas