y su mesurado continente; y estuvieron callando hasta ver lo que él decía, el cual, con mucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea, dijo:
—Estoy informado, hermosa señora, deste mi escudero, que la vuestra grandeza se ha aniquilado, y vuestro ser se ha deshecho; porque de reina y gran señora que solíades ser, os habéis vuelto en una particular doncella. Si esto ha sido por orden del rey nigromante, vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fué poco versado en las historias caballerescas; porque, si él las hubiera leído y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasé y leí, hallara á cada paso cómo otros caballeros, de menor fama que la mía, habían acabado cosas más dificultosas, no siéndolo mucho matar á un gigantillo, por arrogante que sea, porque no ha muchas horas que yo me vi con él, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirá cuando menos lo pensemos.
—Vísteos vos con dos cueros, que no con un gigante, dijo á esta sazón el ventero, al cual mandó don Fernando que callase, y no interrumpiese la plática de don Quijote en ninguna manera.
Y don Quijote prosiguió diciendo:
—Digo, en fin, alta y desheredada señora, que si, por la causa que he dicho, vuestro padre ha hecho este metamorfóseo en vuestra persona, que no le deis consentimiento; porque no hay ningún peligro en la tierra por quien no se abra camino mi espada, con la cual, poniendo la cabeza de vuestro enemigo en tierra, os pondré á vos la corona de la vuestra en la cabeza en breves días.
No dijo más don Quijote, y esperó á que la princesa le respondiese; la cual, como ya sabía la determinación de don Fernando, de que se prosiguiese adelante en el engaño hasta llevar á su tierra á don Quijote, con mucho donaire y gravedad le respondió:
—Quienquiera que os dijo, valeroso caballero de la Triste Figura,