tiene hecho un lago el aposento; y si no, al freir de los huevos lo verá; quiero decir, que lo verá cuando aquí su merced del señor ventero le pida el menoscabo de todo: de lo demás, de que la señora reina se esté como se estaba, me regocijo en el alma, porque me va mi parte, como á cada hijo de vecino.
—Ahora yo te digo, Sancho, dijo don Quijote, que eres un mentecato; y perdóname, y basta.
—Basta, dijo don Fernando; y no se hable más en esto; y pues la señora princesa dice que se camine mañana, porque ya hoy es tarde, hágase así, y esta noche la podremos pasar en buena conversación hasta el venidero día, donde todos acompañaremos al señor don Quijote; porque queremos ser testigos de las valerosas é inauditas hazañas que ha de hacer en el discurso desta grande empresa que á su cargo lleva.
—Yo soy el que tengo de serviros y acompañaros, respondió don Quijote; y agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opinión que de mí se tiene, la cual procuraré que salga verdadera, ó me costará la vida, y aun más, si más costarme puede.
Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don Fernando; pero á todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano, recién venido de tierra de moros, porque venía vestido con una casaca de paño azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traía unos borceguíes datilados, y un alfanje morisco puesto en un tabalí que le atravesaba el pecho. Entró luego tras él, encima de un jumento, una mujer á la morisca vestida, cubierto el rostro, con una toca en la cabeza; traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros á los pies la cubría. Era el hombre de robusto y airoso talle, de edad de poco más de cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes, y la barba muy bien puesta: en resolución, él mostraba en su apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por