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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

que yo me había mudado y trocado de mi ser, no os dijo lo cierto, porque la misma que ayer fuí me soy hoy: verdad es que alguna mudanza han hecho en mí ciertos acaecimientos de buena ventura, que me han dado la mejor que yo pudiera desearme; pero no por eso he dejado de ser la que antes, y de tener los mismos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso é invulnerable brazo, que siempre he tenido. Así que, señor mío, vuestra bondad vuelva la honra al padre que me engendró, y téngale por hombre advertido y prudente, pues con su ciencia halló camino tan fácil y tan verdadero para remediar mi desgracia; que yo creo que si por vos, señor, no fuera, jamás acertara á tener la ventura que tengo; y en esto digo tanta verdad, como son buenos testigos della los más destos señores que están presentes. Lo que resta es que mañana nos pongamos en camino, porque ya hoy se podrá hacer poca jornada, y en lo demás del buen suceso que espero, lo dejaré á Dios y al valor de vuestro pecho.

Esto dijo la discreta Dorotea; y en oyéndolo don Quijote, se volvió á Sancho, y con muestras de mucho enojo le dijo:

—Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España. Dime, ladrón, vagamundo, ¿no me acabas de decir tú ahora que esta princesa se había vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo que corté á un gigante, era la puta que te parió, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusión que jamás he estado en los días de mi vida? ¡Voto... (y miró al cielo y apretó los dientes) que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga sal en la mollera á todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes de aquí adelante en el mundo!

—Vuestra merced se sosiegue, señor mío, respondió Sancho; que bien podría ser que yo me hubiese angañado en lo que toca á la mutación de la señora princesa Micomicona; pero en lo que toca á la cabeza del gigante, ó á lo menos á la horadación de los cueros, y á lo de ser vino tinto la sangre, no me engaño, ¡vive Dios! porque los cueros allí están heridos á la cabecera del lecho de vuestra merced, y el vino tinto