—No, no Zoraida; María, María; dando á entender que se llamaba María y no Zoraida.
Estas palabras, y el gran afecto con que la mora las dijo, hicieron derramar más de una lágrima á algunos de los que la escucharon, especialmente á las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas.
Abrazóla Luscinda con mucho amor, diciéndole:
—Sí, sí, María, María.
A lo cual respondió la mora:
—Sí, sí, María; Zoraida macange, que quiere decir no.
Ya en esto llegaba la noche; y, por orden de los que venían con don Fernando, había el ventero puesto diligencia y cuidado en aderezarles de cenar lo mejor que á él le fué posible. Llegada, pues, la hora, sentáronse todos á una larga mesa como de tinelo, porque no la había redonda ni cuadrada en la venta, y dieron la cabecera y principal asiento, puesto que él lo rehusaba, á don Quijote, el cual quiso que estuviese á su lado la señora Micomicona, pues él era su guardador. Luego se sentaron Luscinda y Zoraida, y frontero dellas don Fernando y Cardenio, y luego el cautivo y los demás caballeros, y al lado de las señoras el cura y el barbero, y así cenaron con mucho contento; y acrecentóseles más viendo que, dejando de comer don Quijote, movido de otro semejante espíritu que el que le movió á hablar tanto como habló cuando cenó con los cabreros, comenzó á decir:
—Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes é inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Si no, ¿cuál de los vivientes habrá en el mundo, que ahora por la puerta deste castillo entrara, y de la suerte que estamos nos viera, que juzgue y crea que nosotros somos quien somos? ¿Quién podrá decir que esta señora, que está á mi lado, es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel caballero de la Triste Figura que anda por ahí en boca de la fama? Ahora no hay que dudar, sino que esta arte y ejercicio excede á todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima, cuanto á más peligros está sujeto. Quítenseme