»miedo, y llevarme á la barca. Y mira que has de ser mi marido, porque
»si no, yo pediré á Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que
»vaya por la barca, rescátate tú y vé; que yo sé que volverás mejor
»que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín; y
»cuando te pasees por ahí, sabré que está solo el baño, y te daré mu-
»cho dinero. Alá te guarde, señor mío.»
»Esto decía y contenía el segundo papel; lo cual, visto por todos, cada uno se ofreció á querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí á lo mismo; y á todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese en libertad, hasta que fuesen todos juntos; porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando á uno que fuese á Valencia ó Mallorca con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada, y el temor de volver á perderla, les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo. Y en confirmación de la verdad que nos decía, nos contó brevemente un caso, que casi en aquella misma sazón había acaecido á unos caballeros cristianos, el más extraño que jamás sucedió en aquellas partes, donde á cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiración. En efecto, él vino á decir que lo que se podía y debía hacer era, que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese á él para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarnos del baño y embarcarnos á todos: cuanto más que, si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarnos á todos, que estando libres era facilísima cosa aun embarcarse en la mitad del día, y que la dificultad que se ofrecía mayor, era que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca, prin-