Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/695

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
467
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

el cura quería hacer, que fué que, tomándole á él asimismo de la otra mano, con entrambos á dos se fué donde el oidor y su hija y los demás caballeros estaban, y dijo:

—Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese vuestro deseo de todo el bien que acertare á desearse, pues tenéis delante á vuestro buen hermano y á vuestra buena cuñada. Este que aquí veis es el capitán Viedma, y esta la hermosa mora que tanto bien le hizo; los franceses que os dije, los pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho.

Acudió el capitán á abrazará su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos, por mirarle algo más apartado; mas cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento, que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas. Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo que pueden pensarse, cuanto más escribirse.

Allí en breves razones se dieron cuenta de sus sucesos, allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de los dos hermanos, allí abrazó el oidor á Zoraida, allí la ofreció su hacienda, allí hizo que la abrazase su hija, allí la cristiana hermosa y la mora hermosísima renovaron las lágrimas de todos. Allí don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tan extraños sucesos, atribuyéndolos todos á quimeras de la andante caballería. Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano á Sevilla, y avisasen á su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese á hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, á causa de tener nuevas que de allí á un mes partía la flota de Sevilla á la Nueva España, y fuérale de grande incomodidad perder el viaje. En resolución, todos quedaron contentos y alegres del buen suceso del cautivo; y como ya la noche iba casi en las dos partes de su jornada, acordaron de recogerse y reposar lo que della les quedaba. Don Quijote se ofreció á hacer la guardia del castillo,