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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

porque de algún gigante ú otro mal andante follón no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba. Agradeciéronselo los que le conocían, y dieron al oidor cuenta del humor extraño de don Quijote, de que no poco gusto recibió. Sólo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del recogimiento, y sólo él se acomodó mejor que todos, echándose sobre los aparejos de su jumento, que le costaron tan caros como adelante se dirá.

Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demás acomodándose como menos mal pudieron, don Quijote se salió fuera de la venta á hacer la centinela del castillo, como lo había prometido. Sucedió, pues, que, faltando poco para venir el alba, llegó á los oídos de las damas una voz tan entonada y tan buena, que les obligó á que todas le prestasen atento oído, especialmente Dorotea, que despierta estaba, á cuyo lado dormía doña Clara de Viedma, que así se llamaba la hija del oidor. Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno.

Unas veces les parecía que cantaban en el patio, otras que en la caballeriza; y estando en esta confusión muy atentas, llegó á la puerta del aposento Cardenio, y dijo:

—Quien no duerma, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta, que encanta.

—Ya lo oímos, señor, respondió Dorotea.

Y con esto se fué Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto: